Esta vez, no porque el mal sea de muchos el consuelo es general.
La caída del jefe de Estado alemán, Christian Wulff, por unas vacaciones y préstamos sospechosos, desgarra otro jirón del ya deteriorado descrédito de la clase política, que colecciona interminables escándalos en España.
Y no es que la corrupción política sea un fenómeno nuevo en Europa, que ha asistido al mismo espectáculo en todas las décadas. El último, a la espera de los juicios de Berlusconi, es el que llevó recientemente a la condena del expresidente Jacques Chirac.
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